3 de septiembre de 2010

Los primeros días en la Escuela por Nicolas Siriany


Estar cerca de la naturaleza siempre me entregó una sensación de bienestar,
parecida a encontrase en el lugar preciso. Esta es la razón más poderosa por la que entré
a la Escuela de Guías de la Patagonia, sin saber con que me encontraría del otro lado.
Somos 13 estudiantes de localidades de la región de Aysén tan distantes como Caleta
Tortel, La Junta, Puerto Aysén, Mañihuales, Cochrane y Coyhaique quienes nutridos de
sus experiencias personales entramos a compartir la aventura de obtener una formación
de guías.



Al presentarnos y conversar junto a mis nuevos compañeros comprendo, que
si bien somos diversos, de alguna manera compartimos ese vínculo con la naturaleza.
Es inevitable, estamos en Chile y más aún, vivimos en Aysén. El trabajo en el campo,
la medicina natural, el avistamiento de aves, el trabajo en faenas y el desarrollo
turismo son algunas cualidades de los integrantes del grupo que muestran aquello.

Francisco Vio, director de la escuela, nos cuenta sobre los principios que la
rigen. A partir de tres pilares: ética, sustentabilidad e inclusión social en mi cabeza
se forma una idea más concreta y profunda de lo que significa participar de esta
experiencia. No serán sólo una cuantas salidas para probar nuestro cuerpo, estamos ante
una nueva forma de relacionarse y ver el trabajo al aire libre.

Así comenzamos una serie de clases teóricas, antes de salir a terreno, pasando
por un conjunto de recomendaciones que ayudan a disminuir el impacto en la naturaleza
denominado “no deje rastro”, nos entregan nociones de logística, equipo y manejo de
grupo en expediciones. Pese a que ya corto la huinchas por que lleguen los cuatros días
de este primer módulo de clases, en los que iremos a la montaña, escucho atentamente,
al igual que mis compañeros, lo que Francisco y nuestra profesora de salida Alexandra
Yanakos, tienen para decir.

Por fin, provistos del conocimiento y el equipo necesario salimos hacia la
Reserva Nacional Coyhaique para realizar una caminata de 3 horas y calentar motores
para los días siguientes. En torno a los mates y la conversación, dentro del grupo de
alumnos se ha generado una muy buena relación y alguien anuncia que pondrá la casa
para hacer una fiesta.

En nuestro segundo día de terreno trasladamos hasta la Reserva dos Lagunas,
camino a Coyhaique Alto, frontera con Argentina. Aunque la nieve sobrepasa nuestras
rodillas todos estamos felices de compartir esta experiencia, en la que, aprendimos a
leer la montaña, utilizar los equipos de campamento, además de hacer un fuego bajo
fuertes condiciones de viento y nieve.

Mojados y felices volvemos a las sala de clase. El estilo en ellas es muy rico
ya que más que se dicte una charla en una dirección, conversamos con los profesores,
lo que creo favorece el aprendizaje. Damos los primeros pasos en materia de primeros
auxilios, conocimientos que ojalá nunca tengamos que utilizar. Ya estamos listos para
nuestra tercera salida.

Desde el sector Villa Jara, unos 8 kilómetros al sur de Coyhaique por la
Carretera Austral, nos proponemos ascender unos mil metros durante el día, a pesar de
la gran cantidad de nieve que acumulan empinadas laderas. La travesía en cansadora,

pero se hace maravillosa entre antiguos bosques de lengas y espectaculares panorámicas
de los interminables valles y montañas patagónicos. Al fin, llegamos a una cumbre
donde una bandera rasgada por el viento cuelga de un antiguo mástil de madera. Allí,
nos tomamos una fotografía que reviso días después, distinguiendo la felicidad en
nuestras caras, una sensación que se mantuvo en nosotros durante esta primera semana
de clases.

Luego de realizar una última salida hacia los lagos Monreal y Paloma, más
que todo para soltar los pies que algo sintieron en el ascenso anterior, volvemos a la
Escuela de Guías para ordenar los equipos y conversar sobre este primer módulo. Las
palabras de los profesores son de reconocimiento, mientras que las de nosotros son de
agradecimiento por la experiencia y el aprendizaje significativo que adquirimos. Nuevos
espacios se han abierto para desarrollar nuestras capacidades, trabajando en forma
conjunta y en armonía con nuestro entorno natural y humano.

¿Recuerdan que alguien había ofrecido su casa? Cuentan que en la noche, la
guitarra y el acordeón sonaron hasta largas horas, eso me lo perdí. Sin embrago, no voy
a faltar al segundo módulo: bajar el río Baker, oportunidad que se concretará en unos
días más y que, al igual que mis compañeros que participamos de esta experiencia, la
espero con ansias.